(20.11.09 Archivado en Iglesia)
Sueño con esa Iglesia próxima a las personas excluidas y marginadas, que se pone a su lado y de su lado, y que lucha por su igualdad y bienestar. Esa Iglesia que es testimonio coherente y convincente del Mandamiento del Amor. Sueño con esa Iglesia sin poder, que vive la pobreza y la austeridad, utilizando sus bienes materiales en favor de los demás. Esa Iglesia donde sus cuentas bancarias se encuentran en números rojos, igual que lo están, las de tantas familias que no pueden llegar a fin de mes.
Sueño con esa Iglesia sin alzacuellos almidonados y sin casullas bordadas con hilo de oro, que le impiden avanzar con libertad. Esa Iglesia que alienta y acoge a los sacerdotes que viven su ministerio en soledad, y a las parroquias que celebran sencillamente la fe sin grandes ornamentos.
Sueño con esa Iglesia que reconoce la labor realizada por instituciones y asociaciones, dedicadas a poner en práctica la solidaridad. Esa Iglesia donde las religiosas y religiosos destinados en distintos sectores, son distinguidos por su activa presencia, valorados por su digna y encomiable misión, y tomados en cuenta para planteamientos y decisiones eclesiales.
Sueño con esa Iglesia que tiene presente la diversidad de planes pastorales, y respeta siempre su estimable quehacer. Esa Iglesia donde todas las acciones sociales y caritativas gozan de identidad propia, y cada una, sin exclusión, es merecedora de apoyo y consideración por igual, porque ninguna es superior ni más notable que las demás.
Sueño con esa Iglesia que desde la igualdad, trabaja en equipo con seglares y profesionales. Esa Iglesia que practica la justicia, respetando los derechos de tantos trabajadores remunerados en los diversos proyectos que posee, y donde cada asalariado participa activamente con el 'patrón', en la buena marcha de la 'empresa'.
Sueño con esa Iglesia sin cepillos en los templos, sin colectas programadas y sin estipendios establecidos por la celebración de los sacramentos. Esa Iglesia donde cada miembro desde su libertad y con profunda convicción, dona y comparte lo mejor de su ser.
Sueño con esa Iglesia que se enriquece con opiniones diferentes, y con la aportación de nuevas ideas para su edificación. Esa Iglesia que no se enclaustra en su verdad, sino que vive la transigencia y la tolerancia, porque quiere seguir creciendo con sensatez.
Sueño con esa Iglesia que camina con un respetable número de voluntariado, que vive su compromiso desde la fraternidad. Esa Iglesia sin dirigentes de despacho, que se esfuerza por aprender con cada voluntario, el verdadero sentido de la gratuidad.
Sueño, en definitiva, con la Iglesia de quien fue crucificado por los que rezaban de pie en las sinagogas, y decían estar muy cerca de Dios. Esa Iglesia pobre y sencilla, creíble y solidaria, auténtica y llena de fe, cuyo único objetivo es seguir el ejemplo de Jesús, con todas las consecuencias. Los sueños, sueños son, y yo quiero continuar soñando.
Carmen García González, voluntaria de pastoral penitenciaria y de la cocina económica de Gijón
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