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Desde mi más profunda irreligiosidad quisiera expresar mi disconformidad con aquellos que, enarbolando la bandera del laicismo, pretenden borrar de un plumazo parte de nuestra cultura. Parece ser que la religión católica que desde pequeños formó parte de nuestras vidas es ahora un estorbo, una especie de superstición, y como si se tratara de una perversidad fundamentalista habría que apartarla de nuestras vidas.
No comulgo con la Iglesia, pero no por eso soy atea. Personalmente considero que la religión -sea cual fuere- está ligada a la historia del mundo y a las artes en general; y, a nivel individual a lo que cada cual elija. Día a día la sociedad es más diversa, por eso, pienso que no deberíamos prescindir de las clases de religión, ni de sus símbolos, sino al contrario, y lejos de inculcar ciertas creencias o comportamientos, sería más positivo edificar una sociedad conocedora de las diversas religiones que de alguna manera forman parte de nuestras vidas. De lo contrario, llegará el día que los jóvenes estarán delante del cuadro de La Última Cena y no sabrán qué representa, o confundieran la Maja Vestida con la Inmaculada Concepción. Considero que quienes toman decisiones en nombre del pueblo deberían ser más prudentes, ya que se trata de educar, no de deseducar; no nos dejemos deslumbrar por la centelleante postmodernidad o nos estrellaremos.
Señores parlamentarios, ni la Navidad, ni la Semana Santa, ni el Ramadán constituyen una amenaza contra su predicado laicismo. El país tiene necesidades urgentes y de primer orden: industria deslocalizada (es decir, perdida), empleo, sanidad, educación, dependientes, y miles de Milletadas...
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